Un corazón lleno de nombres

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Entrevista al hermano salesiano Esteban Burja.

Por Juan José Chiappetti y Ezequiel Herrero

boletin@donbosco.org.ar

“Fue en ese tiempo cuando pasó un salesiano por la casa y le preguntó a mis papás si podía llevarnos a mi hermano y a mí. Ellos tenían tanta fe que le dijeron que sí. Yo tenía doce años cuando nos fuimos al Domingo Savio de Córdoba”.

Esteban Burja tiene 87 años y nació en Eslovenia, donde sufrió la guerra en primera persona. Vivió como prisionero un año y luego tuvo que emigrar a Argentina. A los doce años se separó de su familia para seguir a Don Bosco. Y estuvo entre los primeros misioneros que llegaron a Kenia.

Actualmente desde la Comunidad Salesiana de San Nicolás de los Arroyos, donde pasa sus días  escuchando y acompañando a los chicos y chicas, nos comparte su testimonio: una vida entregada a Don Bosco y su misión. 

Hermano Esteban, ¿cómo fue su infancia? ¿Qué recuerdos tiene?

Llegué a la Argentina con mi familia en el año 1949, yo tenía once años y éramos nueve hermanos. Fue un proceso largo y difícil por la guerra, estuve cinco años como inmigrante en Austria, viviendo una vida realmente pobre. Por un año vivimos como prisioneros, porque teníamos que estar en el sótano durante todo el día, y recién salimos a descansar a la tardecita, cuando ya no se sentían más bombas.

Entonces, un día llegaron dos salesianos desde Eslovenia. Yo conocí a Don Bosco a través de ellos, eran figuras excelentes, juveniles, nos daban catequesis y nos llevaban de paseo. Nos atrajeron tanto que un día le dije a uno de ellos “cuando sea grande quiero ser como ustedes”

¿Dónde se encuentran fuerzas para seguir adelante cuando se vive una situación tan difícil?

Mi papá y mi mamá eran muy creyentes, al igual que todo el pueblo. Esa fe profunda los llevó a superar todos los problemas. Admiro a mis padres por la fortaleza que han tenido. Cuando llegamos a la Argentina nos instalamos en Lanús, provincia de Buenos Aires. No teníamos casa, y mi papá consiguió un trabajo de albañil y carpintero. Mis hermanos y hermanas mayores tuvieron que ir a trabajar para hacer la casita que tanto se esperaba, cada sueldo que teníamos iba para comprar ladrillos y materiales.

Fue en ese tiempo cuando pasó un salesiano por la casa y le preguntó a mis papás si podía llevarnos a mi hermano y a mí. Ellos tenían tanta fe que le dijeron que sí. Yo tenía doce años cuando nos fuimos al Domingo Savio de Córdoba.

¿Y qué se encontró cuando llegó? 

Me encontré con un clima de fraternidad que todavía recuerdo con mucho cariño.. Hice toda la primaria y la secundaria, en aquella época después del tercer año se iba al noviciado, luego al posnoviciado, y ahí se completaba con el estudio de la filosofía, así que eran prácticamente dos carreras simultáneas. Después de quinto año recibimos el título de Maestro Normal Nacional, que a mí me sirvió para ser docente, director de primaria y bueno, llevar una vida muy feliz.

¿Cómo y cuándo decidió irse a África?

En el año 1978 la Congregación Salesiana propuso el Proyecto África, y el Rector Mayor de ese entonces, Don Viganò, pidió voluntarios a través de una carta que me impactó tanto que sentí necesidad de ir. 

África fue muy lindo, una experiencia que realmente nunca había pensado en mi vida. A mí me gustaban esas cosas, leía las revistas misioneras, pero nunca se me ocurrió ser misionero. Luego de varios meses el superior decidió nuestro destino: Kenia. Fuimos los primeros salesianos en llegar, y a los pocos meses vinieron otros misioneros de la India.

¿Qué encontraron en Kenia?

En Kenia recibimos una parroquia que habían dejado los padres de la Consolata. Como hermano coadjutor, me dedicaba a ir por las escuelas y por las capillitas, que eran de chapa con paredes y pisos de barro.

Pero lo más lindo para mí fue atender el oratorio que teníamos en la parroquia los días viernes, sábado y domingo. Convocamos a los chicos, venían, los hacíamos jugar, les proyectamos películas en una pantalla, no sin antes darle catequesis en forma muy rudimentaria porque no sabíamos la lengua. 

Durante los días de semana nos íbamos a las escuelas más lejanas. El director me dijo: “hermano, la escuela es suya”. Yo llevaba una bolsa de pelotas y se las entregaban a los chicos y las chicas. Jugaban al fútbol, corrían como locos, y a la media hora, estaban agotados. Entonces nos juntábamos debajo de un árbol, hacíamos catequesis y rezábamos el Padre Nuestro, la oración que todos podían rezar, porque había musulmanes, protestantes, anglicanos, ateos…

¿Qué significa ser misionero salesiano?

Es llevar el espíritu salesiano a donde lo manda la obediencia, y el espíritu salesiano es transmitir la pedagogía salesiana, los valores, el amor a Don Bosco y a María Auxiliadora.

Aquí en el colegio Don Bosco se respira un clima salesiano realmente hermoso, de familia. Hay participación religiosa, los chicos visitan la capilla, la Iglesia, el cuadro de María Auxiliadora… Ser salesiano es entregar la vida por estos ideales y transmitir los valores de la pedagogía salesiana.

Y actualmente, ¿en qué consiste su servicio en la Obra Salesiana de San Nicolás?

Yo soy salesiano hace 65 años y hace ocho años estoy en San Nicolás. Me gusta estar en el recreo, mantengo los juegos, el metegol, doy los buenos días y las buenas tardes, tengo un grupo misionero, la infancia misionera.

Don Bosco en San Nicolás es una presencia viva, que le ha llegado a muchos, se nota el amor al colegio. Cuando los ex alumnos entran acá al colegio, abren las manos y dicen “mi colegio”. Les queda grabado en el corazón el amor a Don Bosco.

BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ABRIL 2025

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