Donde ponemos nuestra confianza, ponemos nuestro corazón.

Por José Sobrero, sdb //
jsobrero@donbosco.org.ar
Nuestra vida es polifacética, mostrando en esas diversas caras el movimiento propio de nuestra existencia, en el lugar y el tiempo que nos toca vivir. Porque cada uno tiene que responder a la llamada de la vida, en lo cotidiano, en la proyección del futuro. En esa respuesta que damos está contenida nuestra anhelada felicidad.
Nos pasa que, la mayoría de nuestras horas las dedicamos a buscar una forma que nos ayude a vivir adecuadamente. Nuestra tendencia toma el rumbo, en varias ocasiones, de encontrar respuestas rápidas y fáciles de ejecutar. Por eso algunos fenómenos que nos rodean nos proporcionan una solución casi inmediata y mágica. Lo hacemos cuando acudimos a la seguridad que nos brinda el dinero y con ello aparecen esos mecanismos que nos llevan a adquirir cada vez más y más cosas materiales, sea del modo virtual, con el juego, con las apuestas, con inversiones muchas veces dudosas. Conocemos lo que está de moda: las criptomonedas, las inversiones en billeteras digitales y otras plataformas.
Pero también surgen otras propuestas que provienen de otros ámbitos, como por ejemplo la astrología, en prácticas concretas, sea de la carta astral, de las constelaciones, de las energías, de los signos del zodíaco…
Estas llamadas que vienen del exterior, muchas veces nos condicionan porque queremos aferrarnos a lo inmediato, a lo material, a lo que podemos tocar. Es así que vamos perdiendo poco a poco la confianza en los principios espirituales que hemos ido trabajando, meditando, pensando, escribiendo y compartiendo con otras personas a lo largo de nuestra vida. Este camino interior se nos va desdibujando cuando perdemos de vista el valor fundamental de nuestra existencia y el sentido profundo de quienes somos. Pensamos que lo tangible nos hace creer.
En todo caso, si estamos en búsqueda, no podemos descartar fácilmente la transcendencia y la capacidad de asumir que no todo termina en lo que vemos y tocamos… pero, por otro lado, la pregunta que surge es ¿por qué con Dios no alcanza? O eso parece.
La confianza en Dios
Les propongo que leamos juntos esta frase de Santa Teresa del Niño Jesús que le dirige a su hermana María del Sagrado Corazón, también ella carmelita:
“¡Ay, cómo quisiera hacerte comprender lo que yo siento…! La confianza, y nada más que la confianza, puede conducirnos al amor…” (Teresa de Lisieux, Obras completas, Editorial Monte Carmelo, Burgos, 1998, Cta 197, p. 554-555).
La aparición de la confianza en nuestro horizonte espiritual, en este caso de la mano de Teresita, es una oportunidad que ya conocemos muy bien. La “confianza ciega” en Dios, no es nada más ni nada menos que la esperanza que no defrauda. Con este giro espiritual, la invitación para dar una respuesta sobre nuestra existencia, ahora corre por otro lado. Ya no confiamos en lo que tocamos, vemos, fabricamos o compramos, sino que nos acercamos a Dios humildemente y confiamos en Él, por ejemplo, en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús, que con tanta insistencia nos convida a vivir el Papa Francisco:
“Propongo a toda la Iglesia un nuevo desarrollo sobre el amor de Cristo representado en su Corazón santo. Allí podemos encontrar el Evangelio entero, allí está sintetizada la verdad que creemos, allí está cuanto adoramos y buscamos en la fe, allí está lo que más necesitamos” (Dilexit nos, N° 89).
La mejor respuesta al amor del Corazón de Jesús es el amor a los hermanos cuando se devuelve amor por amor.
El amor de Dios del cual habla Teresita es el amor que cada uno de nosotros sabrá transmitir en cada acción personal que realizamos. Un acto de amor, solidario, caritativo, silencioso, humilde, será una obra de bien que tiene que salir de nuestro corazón. La mejor respuesta al amor del Corazón de Jesús es el amor a los hermanos cuando se devuelve amor por amor.
Y saldrá de nuestro corazón porque sabemos estar en el Corazón de Jesús, confiando en él, experimentando lo que ocurre con el dolor y el sacrificio que él ha hecho por nosotros y que nosotros somos capaces de hacer por los demás. Es lo que tenemos que sentir y pedirlo insistentemente en nuestros momentos de oración personal. La confianza que experimentamos con libertad se expresa de una manera simple, con pocas palabras: “En Vos confío”. No hace falta decir más nada.
Un doble ejercicio
Esto, sin dudas, requerirá de nuestra parte, una resolución más valiente, más comprometida, más audaz, despojada de las seguridades materiales, para servir con libertad a nuestros semejantes y a la creación entera. Requerirá de una decisión: ser capaces de testimoniar la fe en Dios, de hablar de Jesús, nuestro hermano cercano, quien es el Salvador y Redentor.
Esto lo hacemos retornando una y otra vez a la lectura del Evangelio, a la rumia cotidiana de sus palabras, a la oración sencilla que hacemos en la capilla, en la celebración frecuente de los sacramentos, especialmente la misa dominical y la reconciliación programada. Todo esto se une al compromiso social del amor creyente cuando nos “metemos” a fondo en la catequesis, en los grupos misioneros, en el trabajo de las periferias, en las visitas a las cárceles, en la animación oratoriana y en la atención de las personas más vulnerables y olvidadas, en el urgente y comprometido voluntariado juvenil, en el acompañamiento real y silencio que se nota en nuestras casas.
Este giro en nuestras acciones depende de nuestro compromiso de amar como Jesús nos amó, es decir, en la medida que nos involucramos en la vida comunitaria de nuestras escuelas, familias, barrios, condominios, parroquias, brindando esa mano amiga, ese tiempo para escuchar y cantar, para bailar y enseñar a trabajar, con el deporte, el teatro, la expresión artística. Vamos a creer, justamente en esas circunstancias, porque confiamos en Dios más que en nuestras propias fuerzas o en fuerzas ocultas.
Confiamos en Dios más que en nuestras propias fuerzas o en fuerzas ocultas.
Permanecer confiados en el Corazón de Jesús es –como dice Alessandro Pronzato– “respirar el aire de Evangelio” en una comunidad abierta, sin prejuicios, que ofrece la libertad de aceptar el mensaje de Jesús, pero que no se achica ni se retrotrae ante otras propuestas que se presentan apetecibles.
Cuando Teresita habla de confianza en el amor, significa que las relaciones entre nosotros no tienen que ser farisaicas ni políticamente correctas. Confiar en el amor es mirar con esperanza lo que somos y lo que seguimos construyendo con alegrías y penas, éxitos y sinsabores. Y lo más interesante que dice Teresa es que todo esto hay que sentirlo, hay que hacer experiencia, hay que arriesgarse. Por eso de nada sirven esas respuestas exprés que encontramos por ahí.
Toda esta forma de ser comienza en nosotros, si nos animamos a cobijarnos en el Corazón de Jesús. Por eso es indispensable tomar la decisión de confiar en el amor de Dios que nos muestra el camino que tenemos que seguir para ser felices. Esta es la verdadera opción de vida transcendental. Ya no recurriremos al ver para creer. Ahora viviremos el confiar para creer.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ABRIL 2025