La mañana tras el fallecimiento del Papa Francisco.

Por Néstor Zubeldía, sdb
nzubeldia@donbosco.org.ar
Decir buenos días a cada uno de los chicos y chicas del cole, a medida que iban llegando temprano y todavía medio dormidos o con el vaso térmico del desayuno en la mano, fue más difícil hoy. ¡Y eso que venía con el impulso de la Pascua tan linda que acabábamos de celebrar! Pero la vida suele sorprendernos una y otra vez y esta mañana muchos nos despertamos con la noticia inesperada de la muerte del Papa Francisco en Roma, a sus 88 años, en la Casa Santa Marta en la que había elegido vivir cuando hace doce años empezó a quebrantar tradiciones arraigadas.
Si no me hubiera llegado de fuente segura, habría pensado que era otra fake news, de tantas que circularon en este tiempo. O de quienes incluso le desearon la muerte mientras otros temían a la orfandad que ahora muchos ya empezamos a sentir. Francisco había podido atravesar el mar Rojo de la internación en el Gemelli y llegar a la Pascua, aunque fuera en silla de ruedas, para bendecir todavía una vez más con su voz débil “a la ciudad y al mundo” desde el balcón de San Pedro y recorrer en su último día la plaza saludando con la poca movilidad que había recuperado.
Alguno aprovechó la confusión esta mañana para preguntar si igualmente iba a haber clase. Era la ocasión ideal de prolongar el feriado de Semana Santa. Alguno también me dio sinceramente las condolencias. Otros empezaron a preguntar: ‘¿y ahora qué pasa?’ Y realmente creo que es la gran pregunta. Pero no sólo o no tanto en la Iglesia católica y entre los muros vaticanos que siempre dan tema para hablar o fabular. En la Iglesia, como tantas otras veces antes, se reunirán en unos días los cardenales y elegirán a un sucesor por quien ya empezamos a rezar.
Pero, ¿qué pasa ahora en el mundo, que vuelve a armarse para la guerra, en un mundo cuyos principales dirigentes parecen preferir mirar para otro lado ante la pobreza, la desigualdad, la injusticia, las migraciones masivas como nunca antes se habían dado en la historia? ¿Quién llamará por teléfono ahora cada día a la parroquia de Gaza en ruinas? ¿Quién llorará por las víctimas sin fin de la martirizada Ucrania? ¿Quién clamará una y otra vez por la salud de nuestro planeta, nuestra casa común, que parece también herida de muerte? ¿Quién enviará las cartas que ni los párrocos escribimos, porque estamos siempre muy ocupados, pero el Papa de Roma encontraba el tiempo de escribir, respondiendo a un preso, acompañando a una mamá que lloraba la muerte de su hijo o alentando a un misionero anónimo? ¿Quién nos hablará a los salesianos como uno de casa, como uno más de nuestra gran familia, alentando al equipo del padre Lorenzo con los colores de la Auxiliadora? ¿Quién se reunirá en el barrio con los jóvenes para responder hasta sus preguntas más audaces, esas que los curas de a pie más de una vez esquivamos, aunque no tengamos cámaras delante? ¿Quién llegará hasta las periferias de las periferias de este mundo convulsionado y difícil, para alzar su voz por minorías perseguidas, que ni siquiera son cristianas, aun soportando las quejas y reclamos insistentes de los “hermanos mayores” que pretenden la exclusividad de “su” padre?
El Papa que se presentó al mundo con su carta sobre “la alegría del evangelio” (2013), que escribió luego sobre “la alegría del amor” (2016) y con su carta “alégrense y regocíjense” (2018), nos recordó que el mundo actual también está llamado a la santidad, se despidió precisamente en la fiesta de la alegría por excelencia que es la Pascua. Mientras tanto, los argentinos seguiremos, al menos todavía un tiempo más, preguntándonos y discutiendo si era peronista, kirnerista o marxista y, sobre todo, eso sí, por qué no vino a visitarnos si éramos justamente los que más lo merecíamos. Cuando nos avivemos de que dimos al mundo uno de los grandes líderes planetarios del siglo XXI, ya se nos habrá hecho tarde, una vez más.
¡Perdonanos, Papa Francisco! ¡Gracias por tanto! ¡Descansá en paz!
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – ABRIL 2025