Familias de abrigo: la generosidad del amor.
Por: Ezequiel Herrero y Valentina Costantino
boletin@donbosco.org.ar
“Entendemos que no se va a quedar con nosotros, somos un puente y la meta es su familia, ya sea adoptiva o de origen. Es el sacrificio de decir, ‘cuando se vaya lo voy a extrañar, pero mientras tanto le voy a dar todo el amor que pueda”.
La historia de Stefanía es en parte la de los nueve chicos y chicas que pasaron por su hogar desde que decidió –primero junto a sus padres y luego junto a su esposo– constituirse como familia de abrigo. Si bien cada experiencia fue diferente en algo coinciden “cuando ves como crecen, evolucionan y empiezan a demostrar efecto… se gana más amor del que uno puede brindar”.
Valeria también comparte su experiencia como familia de abrigo. En su hogar se encuentran transcurriendo el sexto abrigo, y asegura que junto a sus hijos conocieron “una forma de entrega distinta a otras dentro de la familia, porque quienes componemos la familia sabemos qué es ser hijo, nieto, padre, tío o abuelos, pero ser parte de un abrigo solo se experimenta a partir del paso de esos chiquitos por casa”. Y afirma que mientras esos niños estén en su casa “para mí es como si fueran mis hijos, hasta que no tengan una mamá en acción, yo cumplo ese rol sin serlo”.
“Para mí es como si fueran mis hijos, hasta que no tengan una mamá en acción, yo cumplo ese rol sin serlo”.
Tanto Valeria como Stefanía coinciden en que constituirse como familias de abrigo es una decisión que puede cambiar la vida, no solo de quien es recibido, sino también de quienes se ofrecen para alojar a otro. Ellas, al igual que otros voluntarios, forman parte de Comunidad Malú, una ONG que cuenta con diferentes programas para atender a niños y niñas cuyos derechos fueron vulnerados. Uno de estos programas es “familia de abrigo”, es decir recibir voluntariamente a menores de edad que necesiten “un puente”, antes de regresar con su familia de origen o de continuar con una familia adoptiva.

Vive nuestros días y nosotros a los suyos”, afirma Valeria.
El inicio del abrigo muchas veces se presenta para sanar una realidad dolorosa o una gran ausencia y al igual que el final del mismo, lo debe determinar el Estado a través de la intervención de un juez. Si bien por ley está previsto que no se extienda por un plazo mayor a los 180 días, en algunas ocasiones las circunstancias obligan a su extensión. Sin embargo, es importante tener siempre presente que se trata de una transición: “somos una solución para ayudarlo en una parte de su vida que no es agradable, para hacerla un poquito mejor”, explica Stefanía.
Unir las rutinas
Llevarlo al jardín o a la guardería, acompañarlo a un cumpleaños, salir a pasear, hacerle la comida, visitar al pediatra…“Es integrarlos en la vida familiar, a eso que por ahí ellos no conocen o que la experiencia que vivieron fue negativa. Entonces, es eso, pasar el día con ellos y darles una familia”, indica Stefanía quien recuerda las dudas y los miedos que circulaban en su casa antes de realizar la primera experiencia, y cómo poco a poco, se fueron diluyendo: “Te pones a pensar que si el nene no estuviera con vos quizá estaría en un hogar junto a muchos otros niños, donde más allá de la calidad que pueda tener, por ahí los procesos son más impersonales que en una familia. Cuando el nene está en tu casa vos le das todas las opciones”.

Para ser familia de abrigo no existe una lista larga de requisitos: ser mayor de 21 años, no tener antecedentes penales y no estar inscripto en Registro de Adopción ni tener voluntad adoptiva. Si cumple con estos requisitos cualquier persona y cualquier familia puede recibir a niños y niñas.
“Te pone en relación con un niño o niña de un modo muy cercano en un momento de su crecimiento donde el amor, la contención, la seguridad y los cuidados en general, son determinantes para la construcción de su personalidad y para que el día de mañana quiera y pueda vivir en familia”, agrega Valeria.
Cruzar el puente
El final del abrigo puede tener dos posibilidades: que ese niño o niña vuelva con su familia de origen por las circunstancias que en principio justificaron apartarlo de su núcleo fueron superadas; o bien, que ese menor sea adoptado por otra familia.
De una forma u otra, el niño se despide de su familia de abrigo, y finalmente, cruza el puente. “Se pone en juego una de las partes más complicadas, que es hacerse a un costado y dejar que ese chiquito viva su vida y se lleve con él todas esas experiencias y el tiempo compartido”, expresa Valeria. “Ahí nos enfrentamos al desafío de soltar y de ejercitar la generosidad del amor que está muy presente en este particular vínculo”.

Por su parte, Stefanía enfatiza en que desde el principio se tiene muy presente que el menor será parte de la familia por un tiempo determinado. Y si bien hay casos dónde el vínculo no se rompe por completo, y existe un contacto posterior al proceso, generalmente
es una despedida. “No se trata de pensar cuánto nos va a doler cuando se vayan, sino de ser solidarios mientras estén con nosotros. Y eso te llena el corazón”, concluye Stefanía.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MARZO 2025