Aprendizaje colaborativo para una educación integral.

Por: Claudia Simón
claudiaelvirasimon@gmail.com
Recuerdo la primera vez que propuse a mis estudiantes –futuros docentes– realizar un trabajo en grupo sin dar indicaciones muy precisas. Algunos se miraron dudosos, otros intentaron tomar la posta, y unos pocos prefirieron quedarse en silencio. Sin embargo,
al finalizar la actividad, algo había cambiado: habían aprendido más unos de otros que de mi propia exposición. ¿Por qué? ¿Qué se juega en la dinámica relacional entre pares?
Tradicionalmente la educación se centró en poner en valor el esfuerzo individual, las calificaciones y la competencia entre compañeros. Sin embargo, en el contexto actual, sabemos que el aprendizaje se construye en interacción con otros a partir del acceso a distintas experiencias. En este sentido podemos afirmar que el aprendizaje no es un acto solitario ni que el conocimiento es individual. Así, las experiencias de trabajo colaborativo se presentan como una alternativa que mejora la construcción de conocimiento y que promueve valores como la solidaridad, la empatía y por, sobre todo, el sentido de comunidad.
Como sabemos, los espacios educativos –aula, patio, pasillos– siguen siendo esos grandes espacios de oportunidad
para favorecer encuentros formativos, para promover aprendizajes; entendiendo que el aprender es mucho más que saber, es una forma de abrirse al mundo, es poder participar de cambios, enriquecernos. El aprendizaje es función constitutiva de nuestra subjetividad, puesto que cada uno de nosotros somos una trayectoria de aprendizajes. En interacción con otros vamos reconstruyendo los objetos de conocimientos y también nuestros modos de pensarlos.
Mucho más que estar juntos
Consideremos dos entornos educativos. En uno de ellos, los estudiantes trabajan en silencio, resolviendo actividades de manera individual. En el otro, los estudiantes discuten, se hacen preguntas, comparten ideas y colaboran para encontrar la mejor alternativa de solución. ¿Cuál de estos escenarios refleja más adecuadamente el aprendizaje real?
El trabajo colaborativo, en un contexto educativo, constituye un modelo de aprendizaje interactivo, que invita a los estudiantes a construir juntos, trabajar en equipo y participar en grupo, lo cual supone reconocer y valorar a sus compañeros, aceptar y respetar las ideas de los demás y expresar las propias; combinar esfuerzos y capacidades para resolver un problema, desafío o tarea común que exceda lo que cada uno podría haber conseguido por separado; que cada uno de ellos tenga un rol activo y protagónico y que se pueda resolver “junto a” y “junto con”.
El trabajo colaborativo promueve valores como la solidaridad, la empatía y el sentido de comunidad.
Ahora bien, para propiciar el trabajo colaborativo, ¿basta con ofrecer una consigna para trabajar en grupos? ¿Es suficiente agrupar a los estudiantes en torno a una tarea? Seguramente la respuesta es “no”. Entonces, ¿cómo lograr que la colaboración sea una experiencia auténtica de aprendizaje?
Algunas situaciones de enseñanza que fomentan este tipo de aprendizaje pueden ser: proyectos grupales con impacto social; aprendizaje basado en problemas y proyectos; dramatizaciones, simulaciones y dinámicas colaborativas; tutorías de compañeros; grupos de discusión, escritura grupal y edición de pares; debates y diálogos reflexivos, entornos virtuales colaborativos inteligentes; el aula invertida; las discusiones en línea, las actividades gamificadas de aprendizaje; entre otras. Todas estas situaciones no son excluyentes, por el contrario, son complementarias. Pensemos que de hecho en la práctica podemos organizar proyectos en los que los estudiantes trabajen juntos para resolver un problema real de su comunidad. Seguramente los posicionará en un rol específico a cada uno –buscar información, preparar material, explicar a otros, ambientar espacios, escuchar– lo que pone en evidencia como en un equipo de trabajo, cada persona aporta desde sus capacidades y fortalezas. Seguramente durante la experiencia también aparecerán desafíos, desacuerdos e inseguridades, los que, con el acompañamiento del docente y el diálogo entre compañeros, se irán resolviendo mientras aprenden que el conocimiento se construye en comunidad y que la colaboración fortalece los lazos entre ellos.
Siguiendo el ejemplo del Maestro
El aprendizaje y trabajo colaborativo no solo es una estrategia pedagógica y didáctica potente, sino también es reflejo de los valores evangélicos que nos invitan a caminar juntos, a compartir conocimientos y a acompañarnos en el camino de la vida; siguiendo a Jesús que enseñó a través del encuentro, del amor, la ayuda mutua, la humildad y solidaridad.
En este sentido, el aprendizaje colaborativo fomenta el trabajo en equipo, el respeto y la escucha activa; promueve la solidaridad y el servicio; desarrolla el amor al prójimo, construye comunidad al invitar a los estudiantes a aprender juntos, asumir responsabilidades, ser empáticos ayudando a sus compañeros sin esperar nada a cambio, compartir ideas y apoyarse mutuamente, fortaleciendo así el sentido de pertenencia. Recordándonos así tantas actitudes de servicio y humildad de Jesús.
Si queremos y valoramos que los niños y jóvenes aprendan en comunidad, la pregunta es: ¿nuestra escuela funciona como comunidad de aprendizaje? ¿La gestión institucional es una gestión colaborativa que se sustenta en la sensibilización, orientación y sostenimiento de equipos de trabajo colaborativos?
Así como Don Bosco soñó con una escuela basada en la cercanía y el trabajo conjunto, hoy se hace necesario que el espíritu de familia y la corresponsabilidad impregnen tanto la enseñanza en el aula como la gestión institucional si queremos aportar a la construcción de un mundo cada vez más justo y humano.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – MARZO 2025