Entrevista a Marcos Dalla Cia, misionero salesiano en Bulgaria.

Por: Ezequiel Herrero y Valentina Costantino
redaccion@boletinsalesiano.com.ar
Hace casi cinco años, Marcos Dalla Cia, salesiano y argentino, dejaba la tierra donde había nacido y partía como misionero ad gentes. Siguiendo el ejemplo de los primeros salesianos que hace 150 años llegaron a Argentina para dar a conocer a Don Bosco, esta vez el recorrido era en sentido inverso, porque su destino era Bulgaría.
Este país europeo de amplia población gitana, difiere mucho de lo conocido en América del Sur, y se caracteriza por tener ciertas costumbres y tradiciones que, al principio, puede ser un fuerte choque cultural: “Una niña de doce años en la reunión de chicas, dijo que ella prefería casarse con un gitano turco, porque ellos no le pegaban tanto a las mujeres como los búlgaros. Escuchar eso es realmente impactante”.
Si bien la presencia salesiana está dando sus primeros pasos, cada día Marcos encuentra signos de esperanza que le permiten tomar fuerza y enfrentar
nuevos desafíos: “Voy descubriendo muchas cosas y estoy contento porque hace tiempo buscaba discernir esta vocación en las misiones”.
¿En qué consiste la obra salesiana en Bulgaria?
Llevamos adelante un Centro Juvenil que trabaja fuertemente con adolescentes, con talleres dentro de una propuesta deportiva, musical y de manualidades, y con apoyo escolar. Tenemos un curso de animadores y hemos comenzado un grupo scout, unos exploradores de Don Bosco ‘encubiertos’.
Por otro lado, trabajamos en temas de derechos y educación con un grupo de quince chicas. En los últimos seis meses, cuatro de ellas, de entre catorce y dieciséis años, se casaron, no por Estado o Iglesia, sino por tradición gitana y cultural. Pero por lo menos se casaron con muchachos de la edad de ellas. Hay otros casos donde el casamiento es “la máscara”, para ingresarlas en redes de prostitución y de trata.
¿Cuál es la realidad de Bulgaria?
Es el país con más bajo PBI de la Unión Europea, los salarios acá son un 40 o un 50% menores que en España o en Italia. La ciudad no se ha modernizado mucho, e incluso los países vecinos dicen que es estar viviendo noventa años atrás.
Hay una sensación de mucha desazón por momentos, sumado a que es un pueblo que viene muy castigado desde hace varios siglos. Por eso, y con más razón, la apuesta por la educación y el sistema preventivo, que es súper actual.
Después, por supuesto, las potencialidades de las personas son un montón. Son súper capaces, bilingües desde la cuna, y muchos hablan hasta una tercera lengua. También tienen un gran talento para la música.

¿Cómo anunciar a Dios en un lugar donde los católicos son minoría?
Es un país mayoritariamente ortodoxo, y nosotros somos muy parecidos. Por eso, existe un concepto más negativo hacia nosotros, somos como los primos que se pelean. Pero creo que la Iglesia no va en la línea de hacer “conversiones”. Nuestra propuesta es fundamentalmente
educativa, pero claro, al ser salesiana, está atravesada por el Evangelio.
Por supuesto que el espacio siempre está abierto a explicitar la fe, pero es con mucha libertad. Y siempre hay algún chico o chica que te dice ‘me quiero bautizar’ o ‘quiero prepararme para la comunión’. Lo lindo es que surge de ellos.
¿Cómo se equilibra una tradición cultural, social y religiosa tan diferente, con la vida misionera?
Nosotros no misionamos de forma aislada, toda acción misionera auténtica se da en el marco de la Iglesia. Entonces el primer punto es insertarse en esta Iglesia local, que es de búlgaros que están hace varios siglos y tienen mucha historia, han sufrido persecuciones. Hay que reconocerle su perseverancia en la fe que se ha mantenido durante varias generaciones.
Desde las periferias se alimenta la vida espiritual.
Mi experiencia es que aquello que es más central de nuestro carisma, y a lo que uno no podría renunciar, son bien tomadas por la Iglesia local y por el ambiente. No digo que inmediatamente las cosas convergen, pero evidentemente hay grandes líneas que pueden ser compartidas.
¿Qué destacás de los primeros misioneros que hace 150 años llegaron a la Argentina?
A mí me admira su capacidad de iniciativa y de acción. Llegaron el 14 de diciembre, y al segundo día Cagliero se puso a predicar y otros partieron para San Nicolás. Muchas veces no regresaban a su país, eran muy entregados.
Creo que la entrada en la sociedad que tuvieron los misioneros salesianos en su momento, hoy los salesianos lo siguen teniendo con los barrios, con los pibes y pibas. Se hace la diferencia con nuestro estilo familiar,
con el deseo de llegar a los jóvenes.
Y después, esto de responder a alguna necesidad, Don Bosco se los había dejado claro. Acá también se trata de buscar los caminos para responder a necesidades, sobre todo en el campo educativo.

¿Cómo se hace para no perder ese impulso misionero?
Es cierto que el tiempo te invita a veces a naturalizar las cosas y te hace una rutina. Pero periódicamente uno tiene que prender ese fuego nuevamente o mantenerlo vivo. A mí me ayuda mucho en momentos personales donde uno puede tomar distancia y rezar las cosas.
Yo entré a las misiones con 38 años, hay cosas que las fui descubriendo progresivamente acá, que quizá no veía en Argentina. Siempre se presentan oportunidades de agradecer, de festejar, de estar contento y de darle sentido a las cosas.
¿Qué características de Dios descubriste en este tiempo?
Nosotros vivimos casi en las afueras de la ciudad, y creo que desde las periferias se alimenta la vida espiritual, estas experiencias tan humanas muestran algo que está más allá de lo que uno puede ver en el momento
y en la historia, algo que trasciende. En estos lugares tan alejados, está la tentación de los gitanos de ‘encerrarse’, pero también existe un deseo profundo de ser parte. Y en esa experiencia envolvente, de unidad y comunión, está Dios.
BOLETÍN SALESIANO DE ARGENTINA – NOVIEMBRE 2024